El último gran baile de Diego Rivas en Riazor

Luis Manuel Rodríguez González
Luis M. Rodríguez REDACCIÓN / LA VOZ

DEPORTES

César Quian

Se plantó en A Coruña desempolvando sus guantes y asumiendo la responsabilidad de defender la portería del Arenteiro en una histórica visita

29 abr 2024 . Actualizado a las 00:30 h.

Diego Rivas acaparó atención durante los días previos al derbi de la Primera Federación entre el Dépor y el modesto Arenteiro. Después de más de 95 minutos vibrantes, el abrazo que le propinó Javi Rey sobre el mismo terreno de Riazor lo dice todo. Cumplió y lo hizo con nota.

A menos de un mes de cumplir sus 37 años, Rivas Rego se plantó en A Coruña desempolvando sus guantes y asumiendo la responsabilidad de defender la portería del Arenteiro en una histórica visita al Deportivo, ante 30.000 espectadores.

Después de finalizar su vínculo con el Racing de Ferrol, el de Narón decidió pasarse al bando de los técnicos, con un joven entrenador como Rey. De sobra son conocidas las circunstancias que dejaban a los de Espiñedo sin porteros, tras la grave lesión de Diego García, el esguince de Manu Figueroa y la cláusula que obligaba a pagar una penalización si se alineaba Pablo Brea.

En el club de Espiñedo consensuaron la apuesta y hablaron pronto de agradecimiento y de proteger a Rivas desde la previa. Ya en el calentamiento, sus discípulos Brea y Figueroa se encargaron de arropar al jefe, que hizo hincapié en tocar mucho balón y afinar en los golpeos en largo.

Después del pitido inicial, Paris Adot le cerró un centro a su área pequeña en menos de dos minutos y medio. El veterano fue bien abajo, a la vez que retocaba la colocación de sus zagueros. Se le veía tranquilo, incluso después del gol de Mella, que lo fusiló al primer palo, llegando desde atrás.

El Dépor apretaba y Diego Rivas se agigantó a los veinte minutos, sacándose de la chistera una parada muy bien colocado, tras la media vuelta de un cazagoles como Barbero. Tras el descanso, con los verdes pasando menos apuros, Villares lo sorprendió con un misil inapelable. Ya en la recta final, sacó otro balón muy meritorio, en un chut enrabietado de Mella.

Terminó el partido en la otra portería. Javi Rey lo animó a subir en los dos saques de esquina de la prolongación. Aunque no quería, obedeció al míster y remató en semifallo el que Romay convirtió en el 2-2. Su entrenador lo tenía claro. Debía agradecérselo sobre el mismo césped. Diego salió satisfecho y orgulloso: «Este deporte es muy caprichoso y tiene estas cosas. Me merecía mi último partido, sabiendo que era el último. Al final, fue un gran último baile».